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El gusto literario del gin

I.

La comunidad de las nebrinas

Un libro con páginas impregnadas de ginebra convida al deleite del trago aromatizado por las bayas del enebro y de sus distintas y exquisitas mezclas. Esta es la base de Comunidad, la séptima novela de Ann Patchett, un coctel textual que logra mantenernos en ese estado especial que los antiguos llamaron sobria ebrietas.

Nadie queda indiferente ante un comienzo como este: “La fiesta del bautizo cambió radicalmente cuando Albert Cousins llegó con una botella de ginebra.” Del mismo modo, nadie puede preferir la simple sobriedad después de un final no menos atractivo, donde Cousins prepara “un gin tonic de profesional”.

Todo ocurre entre el bautizo de Frances Keating -Franny, la protagonista- y una Nochebuena, treinta años después, en la que Cousins -su segundo padre- le ofrece el coctel. En el ínterin, Franny es mesera en el hotel Palmer House de Chicago donde conoce a Leo Posen, un escritor famoso que hará una novela con la historia familiar de Franny: la misma que venimos leyendo desde el principio. Este guiño metaficcional se diluye en el destilado para el goce de un lector cautivado por la atmósfera del bar: “La noche se estaba acabando. La marea alta de ginebra y tónica había ido cediendo paso al silencioso reflujo de las bebidas para después de la cena”.

II.

El gusto literario del gin

Entre la botella y el coctel, la novelista y librera -conduce Parnassus Books, en Nashville, Tennessee, donde reside- se inscribe en cierta tradición norteamericana sostenida en torno a la ginebra por esa otra comunidad, la de los escritores, que une a Jack London con David Gates y traspasa las fronteras del bien y el mal en las papilas narrativas de Fiztgerald, Fante, Hemingway, Cheever y Carver.

Los aventureros de London salen del siglo XIX mezclando gin con quinina. Luego, en 1925, Jay Gatsby prueba el gin rickeys que prepara su rival con jugo de lima, soda y hielo, al gusto de Francis Scott Fiztgerald. Una vez suspendida la ley seca, Hellfrick, un personaje de John Fante en Pregúntale al polvo, experimenta el éxtasis “sentado en una mecedora, enfundado en el albornoz, con los pies rodeados de botellas”.

A mediados de siglo, Papá Hemingway hace que el coronel Richard Cantwell agote los martinis y negronis de Venecia. Después, en el verano de 1960, Neddy Merrill, “El nadador” de John Cheever, luego de libaciones cristalinas gana a pecho todas las piscinas del condado hasta llegar a la que algún día fue su casa. En los años ochenta, Raymond Carver le agrega agua tónica a la escena en De qué hablamos cuando hablamos de amor; y, finalmente, David Gates presenta a Peter Jermigan, un outsider que, en medio de la nada, soporta una nevada gracias al dry gin.

@askarliquors

III.

Dos gin-tonics entre la felicidad y la nostalgia

Ann Patchett, no obstante, apunta al justo medio: es una mujer que abraza a un siglo XXI libre de excesos, con Franny -suerte de avatar literario- se mueve en las antípodas de Dorothy Parker o Anne Sexton y se sirve del gin para celebrar la doble vida: ambas –autora y personaje- tienen un padre y dos padrastros; es decir, tres padres, y el primero de ambas, el biológico, es un policía muy especial: afectivo, cómplice y lector.

El gin-tonic real lo comparte Ann con Frank Patchett en la casa de éste, en Ohio, para expresar la felicidad:

Mi padre me provocaba más carcajadas que deseos de estrangularlo. Debatíamos sobre artículos que habíamos leído en el New Yorker. Escuchábamos arias e intentábamos adivinar el compositor. Nuestros momentos más felices los vivimos en dos sofás de lino enfrentados en la casa de Rossmoyne bebiendo ginebra con tónica y leyendo a Yeats en voz alta, pasando el volumen con encuadernación de cuero de mano en mano. “¿Quién será auriga ahora con Fergus, / y atravesará la tupida sombra del profundo bosque / y bailará en la llanura de la playa?” “Este”, me decía, y me leía “La isla del lago de Innisfree”. Entonces me devolvía el libro y yo decía: “Este otro”.

El otro coctel se lo prepara el viejo Cousins a Franny, a la sazón segundo exesposo de su madre, en la casa de Arlington, Texas, donde la protagonista había pasado su adolescencia:

-Te haré un gin tonic de profesional.

Franny lo miró.

-De profesional –se limitó a contestar.

Bert le había enseñado aquel truco cuando era una niña y se divertía sirviendo copas en las fiestas de los mayores. Si un invitado había bebido ya demasiado, le ponía tónica y hielo en un vaso y luego echaba un chorrito de ginebra por encima, sin mezclarlo. El primer sorbo sería muy fuerte, le había explicado Bert, y eso era lo que importaba. Después del primer sorbo, los borrachos ya no se fijaban.

Para cerrar en estado de gracia, obsequio del retrogusto literario, propongo dos brindis: uno por la felicidad, otro por la nostalgia.

Referencias:

Ann Patchett (2017). Comunidad. Madrid: Alianza Editorial, S. A.
Ann Patchett (2023). Estos días preciosos. Madrid: Alianza Editorial, S. A.

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