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Foto: AP

La grappa de Lobo Antunes

Un hombre de 75 años fuma y contempla a Lisboa desde una de sus siete colinas. Bebe una copa de grappa, atento a las voces que lo habitan.

Buenas tardes a las cosas de aquí abajo. Parece murmurar uno de sus títulos.

Esa figura recortada contra el ventanal responde al nombre de Antonio Lobo Antunes, un  viejo lobo de pocas sonrisas e infinitas palabras convertidas en novelas desde 1979. Un narrador que despidió al médico raro que fue en el hospital Miguel Bombarda donde hizo de siquiatra y trató a “Locos y vagabundos envueltos en periódicos contra la neblina de la aurora … extendiendo la palma a los conductores de autobús en el semáforo del Largo do Mitelo”. (El orden natural de las cosas).

La grappa que sorbe con fruición y lentitud quizá esté más cerca del orujo y la morriña, de Cela y Manuel Rivas por su vecindad con Galicia, que del último suspiro de la uva tan caro a Italo Svevo o Calvino. Lobo Antunes está absorto en su ciudad con cara de saudade, su mirada traspasa la estatua ecuestre de Joao I, “Rei de Portugal pela graca de Deus” en la Praça da Figueira, sin reparar en los verdes contornos, acaso escuchando la voz de Portas que le dice al oído:

“Lisboa es una ciudad sumergida, señor, el agua se cierra sobre nuestras cabezas, las nubes no son más que bancos de limo que flotan, los maniquíes de los sastres son sirenas sin cabeza, vestidas con tergal o chevió y marcadas a tiza en el lugar de la entretela”. (El orden natural de las cosas).

La memoria se pierde en el río y va hasta el Alentejo, de donde le llegó la novela  ¿Qué caballos son aquellos que hacen sombra en el mar?, cuyo título, según le explicó en algún momento a Jiménez Barca de El País: “Procede de una canción popular navideña muy antigua, del siglo XIX. Así la cantaron campesinos que no sabían leer y que jamás habían visto el mar. Es una canción larga, que habla de la Virgen, del Niño, y que luego se refiere a los Reyes Magos: ‘¿Qué caballos son aquellos que hacen sombra en el mar? Son los Reyes de Oriente, que al Niño van a adorar’ ”.

Torna del Tejo ubicuo y de la grappa emergen todos los lugares, todos los nombres. En el dúplex forrado de libros retumban, como en la quinta do Palmela en Manual de inquisidores, los recuerdos de Setúbal, de la Calcada do Tojal en Alcantara, del Estoril, de Cais do Sodré, de Ericeira, de Campo de Ourique, de Campolide, de Alvalade, de Portela. Y se habla de Vítor, Iolanda, Fraternidade, Odete, Alcides, Lucília, Heitor, que se ahogaron en el licor de madroño en el tiempo coagulado de su narrativa.

Foto: Carsten Tolkmit

La uva exprimida conduce a Lobo Antunes Sobo los ríos que vao (Sobre los ríos que van), un verso tomado de Camoens para dejar correr el torrente de la infancia. Vuelve del ventanal y le ofrece a Antonio Lucas, quien lleva rato esperando sus respuestas, otra copita y una aclaratoria:

-Yo no escribo novelas. No sé lo que hago, pero sé que no son novelas. Gogol dijo que Las almas muertas era un poema. ¿Por qué no? Tengo la impresión de que lo que escribo son ensueños.

Esta entrada tiene 2 comentarios

    1. Adriana Gibbs

      Gracias por tus elogios para el «coctel textual» de Ángel Gustavo Infante, el barman literario de «Cantina». Para mí es un lujo contar con su firma en Punto Paladar, como lo es que hayas pasado por aquí para leerlo y beberlo. Un abrazo largo, Carmen.

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