El olfato de Don Eliodoro
La sensibilidad del perfumista le permitió a Eliodoro González Poleo percibir los cambios precisados por una ciudad que despedía al siglo XIX entre el tufo de las montoneras. En aquel país fragmentado, el joven empresario de buen olfato y mejor talento comercial pudo intuir, junto a la urgente necesidad de unión nacional, la vital emergencia de la re-unión social.
De allí que en lo sucesivo se ocupara, por un lado, de perfumar a los ciudadanos –para ello contaba con el aval de la casa francesa Jean Marie Farina- y, por otro, de crear una bebida en la cual se pudiera olfatear el cariño que tanta falta le hacía a la población. Para entonces, Don Eliodoro contaba en su haber con las ganancias obtenidas en su Botiquín del Comercio y pudo experimentar con las gotas amargas aromáticas, cuyo éxito le permitió sopesar las posibilidades comerciales de un ponche.
En aquella época muy pocos habían escuchado la palabra Cocktail y si bien se conocía un rudimentario ponche de leche, el mismo que Francisco de Sales Pérez -el popular “Justo” de los cuadros costumbristas- menciona en una crónica publicada en El Cojo Ilustrado en marzo de 1892, el pueblo prefería las bebidas puras y solía achisparse con “romo viejo” –así llamaban al ron-, ginebra o aguardiente de caña. El ascenso social seguía la gradación del vino tinto, el brandy y el coñac, hasta llegar a la cúspide junto a las burbujas del champagne.
Los más ilustrados tenían referencias del Rum toddy, una mezcla de ron, azúcar y agua calentada con un atizador al rojo vivo, que solían consumir las tropas para soportar las batallas que desembocarían en la independencia de Estados Unidos, o habían leído en las novelas de Charles Dickens sobre un ponche caliente, a base de vino tinto de Madeira y ginebra, más limón y especias, que los personajes consumían como reconstituyente.
Don Eliodoro buscaba el justo medio: un ponche amable que alegrara el alma, tan sabroso como la llamada leche de burra -un poco más sutil, quizá- que ayudara al débil y gratificara al fuerte; un ponche que gustara a todos y que todos pudieran tener a su alcance; un ponche, en fin, donde se mezclaran las virtudes de antaño -belleza y verdad- con la sabiduría popular del momento. Y al pensar esto evocaba a don Carlos Delamar, un personaje de Eduardo Blanco en Zárate, la novela de 1882, que, al acompañar la sobremesa con una copa de brandy, solía decir: “Vivir sin honra no es vivir”.
La crème de la crème
Al destapar la primera botella de Ponche Crema, Don Eliodoro inaugura el siglo XX. En ultramar la Belle Époque continúa devorando talentos con la ayuda del hada verde: la absenta que lidera la bohemia parisina con 90° de alcohol a base de ajenjo, hinojo y anís. Entretanto en Cuba la mezcla de ron y Coca Cola da origen al popular Cubalibre en una breve tregua de la Guerra hispano-estadounidense.
En el modesto circuito que cubre nuestro ponche, la demanda comienza a crecer durante el último mes del año. Quizá sin proponérselo, Don Eliodoro imprime su sello en la Navidad que muy pronto, en 1905, recibirá otro emblema criollo: el pan de jamón que sale del horno de Lucas Ramella. Y si bien a partir de entonces se brinda con Ponche Crema en Nochebuena y Año Nuevo, también habrá de usarse antes del Día de Reyes para restituir la salud al ir superando los efectos de la excesiva ingesta, sostenida la víspera, del referido combo que se le sumó a la tradicional hallaca.
El noble ponche es, a la vez, aperitivo y postre líquido, licor protagonista del brindis y reconstituyente. Su éxito es total, al punto de tener en vilo a los jefes de familia que deben mantener a raya a niños y ancianos. Como reconstituyente, el Dr. Tortícolis debió prescribírselo a Crispín Luz, El hombre de hierro de Rufino Blanco Fombona, que sucumbió a la pleuresía. Como licor, de seguro animó algunas tertulias de La Alborada, el grupo literario que reunió a los jóvenes Rómulo Gallegos, Enrique Soublette y Julio Planchart al comienzo de la era gomecista.
El éxito supera las fronteras: “Para 1912, Ponche Crema había ganado los más importantes premios internacionales a que bebida alguna pudiera aspirar: desde la Medalla de Oro en la Feria Mundial de San Louis, hasta el reconocimiento por parte del Instituto Nacional de Alimentación e Higiene de París”. (Cabrera, 2000:30).
El producto es la crème de la crème y convoca a la flor y nata en los mentideros de moda: confiterías, cafés o restaurantes como La India y La Atarraya. Don Eliodoro lo despacha desde la Licorería Central ubicada en el N° 35 entre las esquinas de Aserradero y Marcos Parra. Luego se encargará Tomás Sarmiento de brindarlo al resto del país, desde Licores Ibarra.
La crema está en todos los ambientes, se incorpora al léxico popular para calificar la calidad: el pregón de Panchito Mandefuá tiene el propósito de pasar “Una Nochebuena crema”, como apuntó José Rafael Pocaterra en sus Cuentos grotescos. A la vez, la crème aflora en las ficciones de Teresa de la Parra, labor de filigrana femenina en los recibos de las Alonso donde el tío Pancho solicita sus gotas de brandy con el pretexto de alejar los malestares.
En 1923 Eliodoro González deja su fórmula a buen recaudo y se despide invicto, sin temor a los cambios que el whiskey norteamericano irá incorporando a nuestra cultura.
De rara competencia
Por antonomasia, el ponche de Eliodoro González P. presta su categoría a una producción tan amplia como ocasional, en sus versiones casera o industrial, que al rechazar el apelativo nativista de “Leche ‘e burra” y llamarlo Ponche Crema, aspira a imprimirle caché al arrocito o al picoteo doméstico y trascendencia a las empresas de corto aliento.
Allí está el germen de la competencia que sale al ruedo, como ilustra Aquiles Nazoa en Caracas física y espiritual:
Y de Arvelo Larriva ha recogido la posteridad los regocijados endecasílabos que escribió para la propaganda del Ponche Nacional, rival que le apareció al celebérrimo Ponche Crema por el año de 1919:
Leda al Cisne, después del embeleso
del primer beso tierno y pasional,
le preguntó: ¿Y a qué te supo el beso?
Y dijo el Cisne con el pico tieso:
¡A Ponche Nacional!
Afuera pasan los felices años veinte, pasa la Ley Seca que favorece a la coctelería caribeña, y llega la hora del reconstituyente para Venezuela bajo un lema, “Calma y cordura”, que parece sacado de la etiqueta del Ponche Crema, con el cual Eleazar López Contreras asume la presidencia.
La competencia reaparece entre el escaso sosiego permitido por la riña entre civiles y militares. Esta vez es Oscar Yanes quien se “cubre de gloria” –como le gustaba decir al inolvidable Chivo Negro- al referir un diálogo entre sus personajes: “Perecito, igual que Eliodoro González P., guarda su secreto. Tú te puedes tomar un Ponche Crema en cualquier sitio, pero el de Perecito, donde lo pongan, es superior.” (Yanes, 1993: 156).
Cierta fama tuvo el “Coctel chileno” del bar de Perecito ubicado en el Callejón de Palo Grande, esquina de la plaza Italia, en San Martín. El personaje es recordado por Billo Frómeta en 1964 en la voz de Memo Morales:
Han cambiado mi Caracas compañero
Poco a poco se me ha ido mi ciudad
La han llenado de bonitos rascacielos
Y sus lindos techos rojos ya no están
Los pasteles de Tricás después de misa
El pan pan de Gradilla a Sociedad
Los vermú los domingos por la tarde
Donde toda la cuerdita iba a bailar
Se acabó la media lisa de Donzella
Jaime Vivas y el Trianón se fueron ya
Ni la India ni la Francia y la Atarraya
Perecito en Palo Grande ya no está…
Cuando el maestro Billo Frómeta desgrana sus nostalgias ya el “Único de Eliodoro González P.” se ha montado en el carrusel de la modernidad por los lados de Antímano, con una planta industrial que exhibe maquinarias y equipos de la más alta tecnología. De allí seguirá creciendo hacia los Valles del Tuy donde se instalará el Complejo Licorero Ponche Crema.
La dulce eternidad
Si bien la receta sigue siendo el secreto mejor guardado del mundo, hay dos ingredientes que Don Eliodoro nunca ocultó: el tiempo y la familia, cuya exacta mezcla nos deja ese sabor de eternidad que endulza el espíritu antes y después de Navidad, en cumplimiento del compromiso original: la unión de los nuestros.
En este siglo hemos podido disfrutar y ver crecer el portafolio de la marca con dos nuevos productos que una vez más, para decirlo con el acertado título con el cual la empresa celebró el centenario, meten “El tiempo en una botella”, al utilizar dos bases que combinan tradición y modernidad y narran la historia de un país que antes de vivir del petróleo se mantuvo gracias a la exportación del café y el cacao. Con todo, entre el agradable retrogusto de los ponches de café y chocolate, el misterio de las recetas sigue intacto.
Una vez, el maestro José Mandry le dijo a Rosanna Di Turi:
La receta original está separada en tres partes y resguardada en tres cajas de seguridad de bancos distintos. Sólo la ves una vez y no la ves completa pues nunca se juntan las tres partes por seguridad. En 120 años yo soy el séptimo maestro ponchero y sólo han sido 10. Tienen la responsabilidad de que el sabor de la Navidad venezolana no cambie nunca. La receta nunca, nunca, ha sufrido una variación. Se ha hecho igual siempre.
Y así será, por los siglos de los siglos, en nombre de la dulce eternidad que el bueno de Don Eliodoro también supo intuir al colocar en la etiqueta, guiñando un ojo: “Esta bebida se conserva mucho tiempo inalterable a la temperatura ambiente…”.
Coordenadas
Referencias
- Billo, L. (1964). Sueño caraqueño [Canción]. Formato 45 RPM (Extended play fonograma serial BEP-1008-A1).
- Cabrera, A. (2000). El ponche casero. En Gabriel Rafalli (coord.). El tiempo en una botella.30.
- Nazoa, A. (2020). [1967]. Caracas física y espiritual. Caracas: Fundarte.
- Rafalli, G. (Coord.) (2000). El tiempo en una botella. Caracas: Editorial C. A. Ponche Crema.
- Yanes, O. (1993). Del Trocadero al Pasapoga. Historia de mujeres buenas. Caracas: Planeta.
http://www.ponchecrema.com/