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Trío Caribe. Piano, trompeta y voz

Hoy tengo el honor de recibir en esta barra portátil a tres artistas añejos, tres soneros de la vieja escuela. Ellos son: Rogelia Medina, mejor conocida como “Canelita”, Al Ramos y Enrique “Culebra” Iriarte; tres negros de La Guaira que nos han dado mucho de que bailar en esta orilla de la cultura rumbera y guapachosa.

La invitación tiene un doble motivo: el primero,  la edición electrónica de Trío Caribe. Piano, trompeta y voz, un libro que fui componiendo en los días flojos de esta cantina para narrar el ingenio y las destrezas de cada intérprete. El  segundo motivo es celebrar sus cumpleaños: Al, a quien también le dicen Alejandro, Alex o Alejo, cumplió 86 años el 27 de febrero y Canelita 79 el 6 de marzo. El más muchacho se desliza como una culebra entre las blancas y las negras porque cumplirá 71 en octubre.

Y a este trío que coincidió varias veces en algunas tarimas entre el personal de orquestas, combos y sextetos, desde finales de los años 50, quiero brindarle un ron Carúpano, porque fue uno de los antepasados de este precioso destilado, el Real Carúpano edición 1957, el que usó Canelita para calmar sus nervios cuando se presentó en vivo por primera vez en Güiria, en la punta de la península de Paria, antes de poner a bailar a la audiencia con el repertorio de Celia Cruz y la compañía de la Sonora Caracas. En ese entonces ella era una muchacha que andaba maravillada por la gran novedad que había llegado al país, una caja de madera con patas y una pantalla de vidrio, a quien le resultaba imposible prever la posibilidad de estar ahí dentro antes de cumplir los 20 años de edad, en la “Vespertina musical” que Televisa transmitía desde Colina de Los Caobos.

Alejandro, como era más viejo -a la sazón contaba 25 años y era un bebedor veterano- ya había formado el Combo Caracas con Elías Carmona, Edmundo Hidalgo y Guido Landaeta, un grupo que sirvió de telonero a las grandes orquestas que nos visitaban, como La Sonora Matancera o la Aragón,  cuando el son cubano, el merengue apambichao dominicano y la fusión de merengue y cumbia o “merecumbé” que Francisco Galán Blanco, mejor conocido como Pacho Galán, trajo de Barranquilla, hacían las delicias del bailador.  Y Enrique Iriarte, en cambio, era un menor de edad inquieto que acaso tendría en su haber una media jarra de cerveza “Victoria”, quien más temprano que tarde debutaría en el piano con el grupo Costa Mar en “El Campito”, un prostíbulo popularísimo ubicado en Catia La Mar.

Cuando estalla la década violenta, Al Ramos sopla la cuarta trompeta de Los Peniques, la legendaria orquesta donde se codea con Víctor Piñero, Rafael “El Gallo” Velásquez y Felipe Pirela. Enrique Iriarte se convierte en “Culebra” entre los estertores de la Sonora Caracas donde conoce a Canelita, con quien coincidirá de nuevo en 1976 porque tenía rato haciendo las teclas de Federico y su Combo Latino y ensayando con La Dimensión Latina. Para entonces los tres habrán alternado en varias ocasiones entre la agrupación de Alejandro, Al Ramos y su Orquesta, el combo y la orquesta de Federico Betancourt, la Candela Viva de Canelita y la banda de Don Filemón, cuando el pianista comienza a cambiar de piel con la Salsa Mayor de Oscar D’ León quien lo presenta como culebra ebra ebra ebra abra o el brabrabrá.

Y aquí están hoy: piano, trompeta y voz del otro lado de la barra, removiendo el coctel de la memoria. Y yo, para poder servirles como lo merecen, mientras le pongo unas gotas de amargo de Angostura a los cubalibres, tendré que parafrasear al viejo Al en ocasión de despedirnos la primera vez que lo vi en 2002 en el bulevar de Puerto Píritu:

-Fueron muchas noches. Les debo esas historias, pero disculpen: tengo que atender a mis amigos.

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