El ron posee los encantos del Caribe. Solo, en las rocas o mezclado con el arte, pone en boca esa mixtura cultural que nos identifica en todo el mundo.
Ron, cine y literatura
Un paseo cinematográfico nos conduce a distinguir al ron entre los protagonistas de varias películas. El actor puede ser Johnny Depp y los personajes Jack Sparrow, el capitán de la saga Piratas del Caribe (2003-2017), o el periodista Paul Kemp, del film Los diarios del ron (2012); pero es la presencia esencial del destilado el elemento clave para entender las historias.
A lo largo y ancho del Caribe insular navega el capitán Sparrow con una tripulación juramentada ante el “Código pirata” del galés Bartholomew Roberts y de Henry Morgan, el filibustero inglés que llegó a ser gobernador de Jamaica. El código contenía diez normas que solían alterarse según las circunstancias o caprichos y sólo una, la novena, era seguida religiosamente: “Debes estar seguro de que el ron nunca falte y nunca debes intercambiarlo con tus compañeros”.
Paul Kemp es un periodista y escritor que nada a contracorriente en los mares de ron que circundan a Puerto Rico. Ha llegado a San Juan contratado por el diario La Estrella y entre prolongadas libaciones descubre el entramado de la cosa nostra local.
La literatura caribeña también nos ofrece un grato paseo, donde el ron y el erotismo se entremezclan: “Él la llama, la arma como un rompecabezas, la dibuja uniendo números. La huele: ron, canela, azúcar prieto”. Así lo expresa el novelista cubano Severo Sarduy en De dónde son los cantantes.
La sensibilidad femenina martiniqueña es descrita por la escritora Suzanne Dracius, quien presenta a una autoridad en la materia: “Emma ha tomado ron: el claro, el añejado, el ambarino, también el blanco agrícola, con una pizca de guarapo de caña aromatizado con vainilla, o con grosella criolla en Navidad, una chispa de azúcar morena o un dulzor de miel y mucho limón verde”.
En Trinidad y Tobago, los asiduos a una taberna ubicada en Pagotes son víctimas de la picaresca caribeña, pues “El ron era el mismo, pero los precios y las etiquetas diferentes: Indian Maiden, The White Cock, Parakeet”, como lo expresa V. S. Naipaul –Premio Nobel de Literatura en 2001- en Una casa para el Mr. Biswas.
De novela
Una luminosa mañana de 1825 una tropa despacha varios galones de aguardiente en un ventorrillo ubicado a la vera del camino entre Caracas y los Valles de Aragua. La acción, realizada por sesenta extras que empinan el codo al unísono entre sus respectivas cabalgaduras, se desarrolla en tiempo record: el mismo que aprovechan, sentados a una mesa, el teniente y el sargento -los subjefes del reparto- para bajarse una botella de ron con yerbabuena que el dependiente les brinda en agradecimiento por parar en aquellas soledades.
Todos apuran el trago caminero no sólo por lo urgente de la expedición -aprehender a un famoso bandolero que somete al pueblo de La Victoria- sino también por la inminente aparición de los protagonistas que ya vienen pisándoles los talones: el capitán Horacio Delamar y su primo, el pintor Lastenio Sanfidel, quienes en breve se detendrán a beber café.
La locación dibuja una montaña animada por cedros, helechos y flores diversas. Corrían los tiempos en que el arte imitaba a la naturaleza, de allí que el capitán, embriagado por la exuberancia del entorno, le pida al artista no sólo que calque tales maravillas, sino también que “copie nuestras costumbres”.
Cuando llegan a la venta ya la tropa ha desaparecido. El dueño les informa, sirve los cafés y propone aderezarlos con sendos chorros de aguardiente. El capitán, en abierta contradicción con sus consejos, rechaza el farolazo que convertiría al café en carajillo. Qué habrá pensado este personaje de Zárate, novela del escritor venezolano Eduardo Blanco publicada en 1882.
A este licor, pariente de la guarapa o tafia de mano esclava y del rumbullion destilado en Martinica y Jamaica desde el siglo XVII, la gente acostumbraba agregarle yerbabuena o berro, entre otras especies. Estas mezclas populares, espontáneas, previas al surgimiento de la coctelería, ya nos señalan el principio mestizo que las inspira.
Naturaleza híbrida
El público criollo nunca ocultó su gusto por las bebidas espirituosas, al contrario, a lo largo del siglo XIX manifestó una fe creciente en la ginebra, el brandy de Jerez y el coñac. La cerveza y el vino también tenían sus adeptos, especialmente en el tiempo del presidente Guzmán Blanco, quien le rendía culto a los tintos franceses.
El ron nos va llegando en sorbos que en boca presentan la mixtura caribeña: secretos francófonos e ingleses junto a las destrezas de maestros vascos y catalanes que la colonia corsa, aclimatada en la península de Paria, conoce y ejercita a beneficio de los bebedores del actual estado Sucre.
Nuestro destilado se acopla a la naturaleza híbrida de la cultura, es resultado del intercambio entre los hombres. Al adoptar otros usos y costumbres generamos nuevos rasgos distintivos; pues, como señala Arturo Uslar Pietri:
La historia de las civilizaciones es la historia de los encuentros. Si algún pueblo hubiera podido permanecer indefinidamente aislado y encerrado en su tierra original, hubiera quedado en una suerte de prehistoria congelada. Fueron los grandes encuentros de pueblos diferentes por los más variados motivos los que han ocasionado los cambios, los avances creadores, los difíciles acomodamientos, las nuevas combinaciones, de los cuales ha surgido el proceso histórico de todas las civilizaciones.
Música mestiza
El ron es también ritmo y tambor. En República Dominicana inspira al merengue desde que se echó el primer pie en los campos del Cibao. Ese ritmo que comenzó como “Perico Ripiao” al son del acordeón, la güira y la tambora, inspiró en 1980 al Caballo Mayor, mejor conocido como Johnny Ventura, para cantar:
Que se acabe el arroz
La leche y la gasolina
Pero el ron que no se acabe
Porque esa es mi medicina
La rumba y la salsa también nacen y crecen regadas por nuestro destilado. En los solares de La Habana la rumba no se detiene porque cubano que se respete lo que no “tiene de congo lo tiene de carabalí” y en Puerto Rico, durante la pandemia, el Gran Combo lanzó el numerito “El ron de la tierra”, en la línea del clásico “No hay cama pa´ tanta gente” que decía:
A Odilio junto al Gallito
Lo vi en la mesa sentao
y Daniel Santos, guillao,
de ron se daba un traguito.
En síntesis, como puede observarse, o, más bien, saborearse, la naturaleza mestiza del ron caribeño ofrece distintas posibilidades y paseos aún inexplorados.
Referencias
Blanco, E. (1882). Zárate. Caracas: Imprenta Bolívar.
Dracius, S. (1992). Le Serpent à Plumes.
Naipaul, V. S. (1961). Una casa para Mr. Biswas. Reino Unido: Editor André Deutsch.
Sarduy, S. (1967). De dónde son los cantantes. México: Editorial Joaquín Mortiz
https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/el-mestizaje-y-el-nuevo-mundo/html/01aca082-82b2-11df-acc7-002185ce6064_2.html