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El brindis, esa bella costumbre

Los sentidos del brindis

El origen de este breve rito se extravió en la noche de los tiempos entre las manos del homo ludens. Hay una pista mitológica en internet, difícil de ubicar en Hesíodo, que quizá sea uno de los misterios dionisíacos convertido en leyenda (buena pregunta para el ChatGPT.), según la cual el Dios de la fertilidad y el vino, hijo de Zeus y Sémele, invitó a los cinco sentidos a un banquete en el Olimpo, cuyo aperitivo estos comenzaron a disfrutar según sus cualidades: el tacto sopesó la copa y se atrevió a percibir la densidad del líquido, la vista celebró las gradaciones a trasluz, el olfato disfrutó el aroma de recientes vendimias y el gusto, sencillamente, logró el éxtasis. Dionysos advirtió a tiempo la desventaja del oído, quien mantuvo una prudente distancia al no recibir referencia alguna de la libación, y para resarcirlo decretó que en lo sucesivo, al iniciar cualquier reunión en torno al vino, los mortales e inmortales deberían chocar las copas para que el oído disfrutase de su tintineo.

A partir de entonces la salud y los buenos deseos se desbordaron y, más temprano que tarde como lo ilustra la historia, pudo observarse que si estos no se cumplían y aquella se mantenía inalterable, eso era lo de menos. El poder de convocatoria está en la oferta: nadie es indiferente a tan atractivo convite, nadie esquiva el placer que la ceremonia promete. De este modo el momento de chocar las copas fue perdiendo el sentido sagrado que alguna vez tuvo, al ir en busca del producto sensorial descubierto por la humanidad en las mieles del alcohol.

De allí que en este mundo todo conduzca a un brindis. Brindamos por el que llega y por el que se va, también brindamos por el que se queda. En idioma Caribe: si no hay motivo lo inventamos. Nuestros padres lo hicieron cuando nacimos, como lo hicieron sus padres y como lo hicimos nosotros cuando nacieron nuestros hijos, como lo harán estos a su vez.

A veces brindamos in media res: de pronto, entre el caos festivo, alguien alza su vaso y propone algo que si bien sólo comprenden sus vecinos inmediatos es también celebrado por el resto sin necesidad de mayores explicaciones. A estas alturas todo acto es espontáneo y democrático.

Brindamos en presencia o en ausencia e, incluso, a distancia: en los últimos años la pandemia y la diáspora trajeron los video-brindis y hasta los brindis por chat. Brindar es un verbo que nos encanta conjugar. No sé dónde estás; pero donde sea que estés brindo a tu salud.

Más allá del rito social, de la excusa o el pretexto, el brindis se nos convirtió en una bella costumbre.

Por los años ligeros como aves                                     

No es gratuito que el significado actual del sustantivo sea “Yo te lo ofrezco” y venga del alemán Bring dir´s, como establece la Real Academia Española, porque precisamente es un escritor de esa lengua quien nos propone un precioso brindis en un libro de cuentos publicado por primera vez en Zúrich en el año 2020 por la casa editorial de Diógenes Verlag, bajo el título Abschiedsfarben (literal: Colores de la despedida).

Su autor, Bernhard Schlink, alza la copa específicamente en “Aniversario”, uno de los textos que integran el volumen Los colores del adiós, vertido al español por Anagrama en 2022. Schlink, especialista en amores imposibles, llegó a nosotros por la pantalla grande en 2008, cuando el director inglés Stephen Daldry presentó el film The Reader (El lector o una pasión secreta) protagonizado por Kate Winslet con base en la novela homónima.

Esta vez, para celebrar los poderes de la palabra y, quizá, para degustar la nostalgia y atenuar la angustia ante el paso del tiempo, el autor nos presenta una pareja berlinesa conformada por una periodista de 33 años y un historiador de 71, que va a celebrar su primer aniversario en las montañas al oeste de Boston y en la ocasión bajan a una ciudad aledaña:

“Se sentaron a una de las mesas en las que todavía daba el sol. Las casas proyectaban sus sombras; faltaba poco para que el sol desapareciera tras ellas.

—¿Champán? —preguntó él.

Ella asintió y, cuando llegó el camarero, el hombre pidió una botella.

Cuando tuvieron delante el champán, él dijo:

—Nunca he tenido un año mejor. —Y levantó la copa.

—Ha pasado volando. —Estuvo buscando las palabras adecuadas para un brindis, las encontró y brindó con él—: Por los años ligeros como aves.

Bebieron y dejaron las copas en la mesa. Ligeros como aves. La imagen lo asustó. ¿Qué es lo que perdura, qué es lo que importa si los años pasan volando con tanta facilidad?”

¡Salud!

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