Su nombre es Françoise Bettencourt Meyers, su existencia ha transcurrido sin estridencias, aunque su libro de vida presenta capítulos novelescos. La rica historia de Francia la han protagonizado hombres y mujeres cuyo consistente legado ha trascendido fronteras y alcanzado la universalidad. En estos tiempos, cuando muchos ricos y famosos son populares por sus excentricidades, hay algunos que parecieran esconderse en la normalidad para así alcanzar la tranquilidad que necesitan para disfrutar de la vida.
En esta oportunidad conversaremos de una mujer francesa, culta y más que millonaria. Françoise Bettencourt Meyers, varias veces coronada como la más rica del mundo, por lo que encabeza la lista de Forbes. Ella es la nieta del fundador de L’Oréal, la empresa de cosméticos francesa que también posee marcas como Lancôme, Garnier, Helena Rubinstein y Maybelline.
Al morir Liliane Bettencourt, su madre, en 2017, ella recibió 33 % de las acciones de la compañía. El patrimonio de Françoise supera los 81.000 millones de euros, gracias a sus participaciones en L’Oréal, Nestlé, LVMH y Sanofi. Su sencillez es directamente proporcional a su capacidad empresarial, lo que la ha convertido en la primera mujer en acumular una fortuna de US$100.000 millones. Prefiere invertir su tiempo en la filantropía que practica desde la Fundación Bettencourt Schueller, promotora de proyectos culturales y científicos, o escribiendo libros, en lugar de dejarse ver en los actos sociales, lo que confirma el valor que le otorga al anonimato, considerado por muchos como un lujo en el siglo XXI.
A los 71 años, la empresaria francesa podría perpetuarse como un personaje asiduo de las primeras páginas de revistas y periódicos; sin embargo, sus apariciones en la prensa son contadas. Aunque su patrimonio provenga en gran parte del mundo de la cosmética, su maquillaje es discreto. Un signo de identidad lo conforman sus protagónicos lentes de pasta negra, los cuales le confieren un halo de intelectualidad.
Entre la política y la riqueza
Hija única de André y Liliane Bettencourt, creció en un hogar al cual eran asiduos altos personajes de la política como Charles De Gaulle y François Chirac. Su padre André -o “Dédé” como lo llamaban sus amigos- ocupó varios ministerios y fue miembro de la Academia de Bellas Artes Francesa. También tuvo su lado oscuro ya que de joven escribió para un diario antisemita. Más tarde se disculpó calificando sus actos como errores de juventud.
Françoise Bettencourt Meyers estudió en un colegio católico, donde adoptó al piano como compañero de vida. Estuvo protegida por guardaespaldas, lo que le produjo un cierto aislamiento. Quienes la han conocido más de cerca consideran que tuvo una infancia solitaria.
Françoise experimentó cierta incompatibilidad con su madre, lo que no impidió que fuese una niña apegada a ella. Disfrutaban juntas viajes y visitas a museos. Liliane, la madre, la consideraba indecisa y por ello comparó a su hija con un mejillón pegado a la roca, que era la propia Liliane. Mientras que a la madre le gustaban los trajes de alta moda, Françoise no mostraba interés por llevar modelos que marquen un hito en el vestir ni revelen su riqueza.
En ese mundo de privilegios, donde es normal que el interés le gane al amor, le resultaba difícil establecer amistades. Esto se hacía más complejo a medida que Françoise crecía, porque se iniciaba la preocupación por un “buen” matrimonio. Sin embargo, ella fue clara. En esa materia quería libertad absoluta, nada de matrimonios por conveniencia. A los 19 años las cartas estaban echadas y el elegido fue Jean-Pierre Meyers, nieto de un rabino asesinado en Auschwitz, que al principio no fue bien visto por la familia, pero al final Françoise hizo valer su voluntad. Se casaron y tuvieron dos hijos.
Que ella fuese católica y él judío influyó para que se interesara por el tema de las religiones, lo cual derivó en un libro de su autoría sobre las relaciones entre quienes pertenecen a estas dos culturas. Se vale de la Biblia porque considera que su conocimiento es un camino útil para promover el espíritu de coexistencia. Su título es elocuente: Regard Sur La Bible : Mieux Se Comprendre Entre Juifs Et Catholiques : Mots Et Expressions, Généalogies (Una mirada a la Biblia: mejor entendimiento entre judíos y católicos: palabras y expresiones, genealogías).
Otras de sus obras son Les Dieux Grecs : Généalogies (Los Dioses griegos. Genealogías) y L’audition pour les nuls donde la sordera se muestra como otro tema que le preocupa, quizás porque su madre tenía limitaciones auditivas, por eso su fundación también contempla un espacio para promover la salud auditiva y la inclusión.
La sencillez como estilo
Françoise es una mujer de pantalones. No se puede adivinar si su vestuario es de una determinada marca, pero hay calidad en lo que lleva, podría calificarse como eso que ahora se ha denominado lujo silencioso. Un accesorio que la distingue es la pashmina. Las de ella pueden considerar un objeto precioso porque están confeccionadas con hebras del pelaje del antílope tibetano y elaboradas por tejedores de Cachemira.
El sedentarismo no va con ella, por eso reserva parte de su tiempo a correr y lo hace por el Bois de Boulogne, considerado uno de los mejores lugares de París para practicar deporte, y va vestida como la mayoría de los corredores, preservando así su anonimato. En cuanto a los viajes, dicen que adora a Italia y Estados Unidos y para practicar esquí prefiere las exclusivas y discretas pistas de Megève.
Sin embargo, los escándalos de su familia, en los cuales está involucrado al más alto poder francés, han dado pie a la creación de una serie de Netflix, bajo el nombre de L’Affaire Bettencourt, donde se muestra la relación de Liliane con el fotógrafo François-Marie Banier, un dandy a quien Françoise acusó de valerse de la debilidad de su madre, de su vejez e incapacidad, para aprovecharse de ella. Después de un largo proceso legal contra el fotógrafo, nuestra protagonista ganó el caso.
En esa vida marcada por una normalidad que deja fuera, entre otras cosas, a los viajes en aviones privados, aprecia el valor de la buena mesa. Entre sus restaurantes preferidos figura el Tong Yen, el primer chino de París, que data de 1960. Se encuentra ubicado cerca de los Campos Elíseos y es tan frecuentado hoy por periodistas, como ayer por presidentes. En su lista de clientes aparecen Nicolas Sarkozy, Carolina de Mónaco, junto a los desaparecidos Robert Hossein, Johnny Hallyday, Alain Delon y Jacques Chirac. Es famoso por su pato Pekín que marca en el menú 105 euros. Pero es un plato familiar, para cuatro personas.
El menú incluye clásicos chinos junto con platos tailandeses y vietnamitas. También se ofrece una amplia variedad de dim sum, camarones crujientes, pollo con salsa de miel y, de postre, piña o mango.
La revista Le Point señala que uno de los hoteles preferidos por la familia Bettencourt Meyers es el Yndo, entre los más bonitos y lujosos de Burdeos y se encuentra cerca de la plaza Gambetta. Su principal característica es la discreción. Se encuentra en un edificio del siglo XIX. Los desayunos y comidas incluyen una selección de productos regionales y de temporada del mercado.
Su impenetrable vida dificulta el ejercicio del voyerismo, por lo tanto, todo se reduce a deducciones. Françoise es una mujer que piensa que exhibirse es perder la libertad de acción, que su disfrute lo encuentra en la música, la lectura, la escritura y el trabajo. A sus 71 años cumplidos podría estarse preparando para el retiro y ya tiene sucesores, sus hijos: Jean-Víctor y Nicolás, quienes recibieron una educación exquisita bajo la religión judía. El primero obtuvo un máster de negocios y Nicolás estudió comunicación. Ambos forman parte de la empresa.
Jean-Victor Meyers tiene una escueta página en Instagram donde deja entrever su interés por el arte y su vínculo con L’Oreal. Por otra parte, es un joven emprendedor que posee una empresa de ropa para jóvenes como él y su socio. Su hermano Nicolás pareciera haber heredado el gusto de su madre por preservar su intimidad.
A lo mejor esta millonaria, la todopoderosa del mundo de la cosmetología, piensa igual que su tocaya Françoise Sagan, quien expresaba: “La felicidad para mi consiste en gozar de buena salud, en dormir sin miedo y despertarme sin angustia”.