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Cuando el 10 de Dwoning Street olía a habanos

Sir Winston Churchill un goloso público que le dio nombre a una gran champagne y cuyo paladar conocía lo bueno

Mayte Navarro

Hablar de ciertos personajes históricos a veces resulta difícil, no porque se carezcan de datos sino porque ellos han ejercido una suerte de obsesión en biógrafos y cineastas que uno no desea caer en lugares comunes, aunque lo que nos interesa sean sus gustos etílicos y gastronómicos. Este es caso de Sir Winston Churchill, aristócrata británico, afamado bebedor, amante de las mesas consistentes y uno de los políticos más destacados de todos los tiempos.

Su nombre completo era Winston Leonard Spencer Churchill, hijo de lord Randolph Churchill y nieto del séptimo duque de Marlborough, aunque no estuvo en la línea de posible heredero de ese título porque su padre fue el tercero en nacer. La madre era una bella norteamericana llamada Jeannette Jerome, vinculada a las altas esferas sociales de su país pues su padre fue propietario y editor del New York Times. Pero para los británicos de aquel entonces, un americano carecía de abolengo. Sin embargo Randolph pudo sortear todos los inconvenientes sociales y se casaron.

Winston vino al mundo de manera prematura, durante una fiesta. Así que el tintineo de las copas y el olor a licores le fueron familiares desde su primer día de vida.

La personalidad del político se podría definir como temeraria, confiado en sí mismo, independiente y seguro de sus habilidades. Su vida escolar no fue brillante, por lo que tampoco hizo sentir orgulloso a su aristocrático padre, que para superar la aparente ineptitud de su hijo lo inscribió en la escuela militar, Harrow, tan importante como Eton College.

Entre los hábitos del futuro Primer Ministro estuvo el fumar habanos, que aprendió a conocer y a disfrutar en La Habana, donde estuvo en el ejército y luego como periodista profesional.

Le encantaban los Romeo y Julieta, casa habanera que luego sacó unos habanos con el nombre del primer ministro, Al Short Churchill, le siguió la viola Romeo y Julieta Wide Churchills cuyo precio por unidad es de 11,25 euros.

Entre habano y habano le correspondió guiar a Inglaterra y a Europa para salir del nazismo. No se avergonzaba de tomar y de fumar, más bien alardeaba de ello, mientras afirmaba estar totalmente en forma. Quizás esta actitud haya contribuido a aumentar su fama de abuso del alcohol.

El champagne preferido de Churchil fue el excepcional Pol Roger, que siempre acompañó sus comidas. Esta casa que se caracteriza por su gran finura, lo homenajeó en 1975 con el Cuvée Winston Churchill, el más apreciado de esa bodega, que también elabora otros de muy buena reputación como el Brut Réserve, de uvas Chardonnay, Pinot Noir y Pinot Meunier; el Pure Extra Brut, el champagne más seco de la casa; el Rich Demi-Sec, con mayor adición de azúcar; el portentoso Brut Vintage; el cuvée Blanc de Blancs, 100% Chardonnay y el Rosé Vintage. Según información de la propia casa, Churchill pudo disfrutar de 47 añadas durante toda su vida.

En cuanto al whisky, este también ocupó lugar privilegiado en el paladar de Churchill y se ubicó entre sus bebidas preferidas. Hacía su aparición en la mañana, con el desayuno. No le faltaba una botella de Johnny Walker Black Lavel, que mezclaba en el vaso con agua. Su hija tituló esta combinación como Papá Coctel. Se cree que ese hábito lo adquirió cuando estaba en el servicio militar, en lugares lejanos, donde se exigía el uso del alcohol para purificar el agua.

Pero la ingesta alcohólica no se limitaba a ese único vaso de Etiqueta Negra. Su almuerzo solía ser abundante y junto a los alimentos estaba el champagne y para cerrar, brandy. Tal mezcla lo obligaba a tomarse una buena siesta. A la hora del té volvía aparecer el escocés.

Cuenta su anecdotario que Churchill viajó a Estados Unidos a dictar una serie de conferencias, la estancia coincidió con la ley seca que impedía la venta de bebidas alcohólicas en todo el territorio estadounidense. La carencia de alcohol resultó casi trágica para Churchill que tenía una fuerte dependencia hacia la bebida. No era un consumidor casual, sino uno de excepción. Sin el alcohol no podía estar a gusto.

Por lo tanto la prohibición podría haber hecho mella en él, un consumidor consuetudinario. Entonces sufrió un accidente automovilístico durante su estancia en Estados Unidos, que lo llevó a un hospital. Si bien las heridas no fueron de consideración, gracias al médico que lo atendió obtuvo un récipe donde señalaba que la ingesta alcohólica era necesaria y así pudo burlar la prohibición.

En cuanto al brandy se dice que era aficionado a un destilado armenio, el Dvin, que forma parte de la selección especial de brandies Ararat Exclusive Collection.

Pero Winston Churchill no solo fue un consumado sibarita, el arte también ocupó un lugar en su vida. Una de las fotos que eternizaron su figura es la firmada por Raul Perestrelo donde se ve al político en Madeira, sentado frente a su caballete y con su inseparable puro pintando el paisaje de la localidad llamada Câmara de Lobos. Comenzó a pintar como una manera de superar su depresión ocasionada por el fracaso en la Primera Guerra Mundial. Su obra supera los 500 lienzos que narran sus viajes.

Churchill es un ejemplo del verdadero animal político, ese que no lo vencen las adversidades. Alrededor de él se tejieron mitos y leyendas donde el alcohol y la comida sazonan esa historia.

Mayte Navarro: @mainav

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