¿Qué brandy sería aquel que envolvía en su aroma a la figura del tío Pancho? Sólo a un barman literario en la inesperada soledad de su cantina puede ocurrírsele tal pregunta después de releer la novela donde se inmola María Eugenia Alonso. Digo Pancho y pienso en Adriano, porque es la cara, el genio y el desparpajo de Adriano González León los que percibo en el perfume gracias al casting de Iván Feo cuando filmó Ifigenia de Teresa de la Parra.
¿Qué casa lo importaría en la Caracas de 1924? Es muy probable que viniera de las famosas bodegas de Jerez de la Frontera para enriquecer los expendios locales evocados por Picón Salas como “botillerías españolas de grandes espejos y mesas de mármol”. Me imagino a Adriano tocado de pajilla entrando a La Cervecería de la Torre, donde solía parar Pancho Alonso a su regreso de París, para pedir, acodado en la barra, una copa de Cardenal Mendoza e ilustrar al parroquiano más próximo con la historia de Sánchez Romate Hnos cuya cuarta generación comenzó a producir un brandy exclusivo para su consumo y el de sus allegados en 1887 y aquí lo tiene usted, diría alzando la copa para mostrarlo al trasluz.
Mientras que en el tono sepia de la novela el verdadero Pancho se quedaba mirando a su sobrina. Y sin darle crédito a lo que veía -porque a estas alturas la inteligencia de la muchacha comenzaba a ser domesticada- le pedía:
—Mira, ahora que has acabado ese cordón, antes de empezar otro, dame unas gotas de brandy, hazme el favor.
Entonces ella se levantaba con una increíble e inédita obediencia, le servía la bebida y volvía al calado impuesto por la abuela, lejos de imaginarse que esa tarea pertenecía a los reinos pre-estéticos propios de la mujer adorno o “ángel del hogar con cutis de porcelana”, como luego la describiría el feminismo.
A estas alturas el bueno de Pancho, el principal interlocutor sensible e inteligente de María Eugenia –la otra sería Mercedes Galindo- lo daría todo por perdido, como perdido fue el tiempo cuando le explicó lo relativo a las dos religiones de las mujeres de entonces, comenzando por la abuela Eugenia y la tía Clara, quienes practicaban la primera siguiendo la homilía dominical y la segunda guardándole culto a la palabra del hombre macho cuyo discurso reproducían a diario.
Quizá aquel brandy de jerez lo trajo Pancho en su maleta para su exclusivo consumo personal desde la bodega Marqués del Real Tesoro o de otra, también muy famosa, la Valdespino, que obtendría a su paso por España, lo cual no significa que aquí no se conociera porque consta en el país de entonces el gusto por el vino y, por extensión, por este destilado que también pudo colarse entre las corbatas importadas por Pedro Emilio Coll.
Lo cierto es que allí queda Adriano haciendo de Pancho y hablando muy bien del brandy “Fundador” de la casa Pedro Domecq y del “Capa Negra”, cuyo cuerpo y entereza conocería con sabor anacrónico en las barras de La República del Este en los años setenta, cuando solía entrar a buen precio por la zona franca de Margarita.
Al salir de la botillería comienza el declive de Francisco Alonso. Y la sobrina lo lamenta: “¡Ah! ¡Pobre tío! Y cómo recuerdo ahora sus ratos de extenuación cuando entraba a la casa de abuelita y tan desencajado y tan cetrino, me decía al sentarse:
—Tráeme unas gotas de brandy, María Eugenia, a ver si me pasa esto. . .
Y yo le llevaba las gotas de brandy; él se las tomaba, y al momento las manos frías le entraban en calor, los ojos apagados se le animaban un poco, y comenzaba a bromear con todos sin hablar ya de su fatiga y sin decirle a nadie que estaba enfermo”.
Luego, envuelto en su peculiar aroma, se retiraría a su casa donde la muerte próxima le ahorraría el disgusto de ver sometida al patriarcado a quien en vida le dedicó este sensible reconocimiento: “¡Ah! tío Pancho, querido tío Pancho, fecundo tío Pancho, que Dios bendiga y proteja para siempre jamás esas verdes campiñas de tu cerebro, fertilizadas diariamente con el whisky, el brandy, la cerveza y el jerez, en donde según veo nacen y se maduran los frutos maravillosos de unos proyectos tan perfumados en alegría, como suaves, jugosos y dulcísimos en sustanciosa esperanza!”
Definitivamente maravilloso, todo el relato se vive como un tour, pero sin la prisa, sin esa carrera que agobia, por el contrario, nos lleva con las venas abiertas de puras ganas de leer y escudriñar más. Gracias!
Guaooo. Excelente. Una pluma que se degusta en su máxima expresión. Que placer leer esta narración. Gracias
Muy agradecido por los comentarios. Es un gran placer servirles estos tragos literarios. Muchas gracias. ¡Salud!
Gracias Angel Gustavo. Excelente brindis. Cuánto provoca estar sentado en una de esas colinas y hacer mesa común,se hacen realidad historia y fábula. Creo que he estado sentado allí, no puedo asegurar lo contrario… Comulgo a pie juntillas con ese creer en la palabra sin linderos.
-Yo no escribo novelas. No sé lo que hago, pero sé que no son novelas. Gogol dijo que Las almas muertas era un poema. ¿Por qué no? Tengo la impresión de que lo que escribo son ensueños.
Un abrazo.
Lamentamos no haber podido acompañarte en la presentación, pero ese día coincidía con algunas actividades terapéuticas ya puestas en agenda. Debiéramos secuestrar una de esas colinas y traérnosla a sottovoce para nuestro terruño…
Gracias poeta. Es un gran placer atender esta cantina. Agradezco y aprecio mucho tu comentario. Espero que nos veamos pronto, ya vienen otros eventos, otros brindis. ¡Salud!