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Foto: @gastrobrand

El sofrito fantástico de Miro Popic

La sazón de Miro Popic nos invita a degustar nuestra cultura. Con El señor de los aliños, título de su más reciente libro, este ameno autor y consecuente editor nos ofrece una vez más la posibilidad de seguirlo entre el placer y la curiosidad a los que nos tiene acostumbrados, pues como apunta Ivanova Decán: “Desde hace varios años, este periodista y cocinólogo –como se autodefine– se ha dedicado a indagar en el sustento histórico y emocional de los ritos culinarios que nos identifican y perfilan. Con la trilogía Comer en Venezuela (2013), El pastel que somos (2015) y El señor de los aliños (2017) abona el terreno para establecer las conexiones posibles en torno a la comida y sus modos en esta geografía”.

El menú se sirve en ocho capítulos, luego del exquisito aperitivo servido por Lena Yau en el prólogo. De este modo, Popic administra la sopa, el seco y el postre, y nos contagia su evidente disfrute al comer y la necesidad de probarlo todo para conocer las distintas posibilidades de la cocina popular venezolana. Quizá les parezca obvio señalar la presencia del gusto en un libro que trata del yantar o, como decimos en criollo, de “afincar el diente”; pero no es así, porque más allá del sentido donde las papilas y la lengua entran en escena existen otros gustos, e incluso otros sentidos, nada despreciables, como son el sentido del humor y el gusto por las artes y la literatura. De allí la parodia, entre el título y el subtítulo, a los clásicos: El señor de los anillos de Tolkien y En busca del tiempo perdido de Proust, nada más y nada menos que para presentar “Una propuesta culinaria veraz y documentada para determinar la cocina venezolana del siglo XXI ante la inminente desaparición de las abuelas”.

Foto: @gastrobrand

El gracejo de Miro nos lleva de la mano entre anécdotas, comentarios y aromas a lo largo de 318 páginas en las que preparó una suerte de “gastromemorabilia”, como dice Lena Yau, donde “Cada sílaba tintinea, desprende vapores, ofrece sabores, se hace tocable y nos encierra en una cápsula sensorial para viajar a lo que fue y a lo que no ha sido, al recuerdo y al deseo”. Y en este universo del gusto llegamos al meollo del asunto, que es como decir al centro de la mesa, ubicado en el capítulo seis, donde el autor nos advierte que “El sofrito es común a todas las cocinas del mundo y cada uno en sí, contenga lo que contenga, identificado con sus propios ingredientes, puede ser considerado como el señor de los aliños, la preparación base con que se inicia la mayoría de las recetas y que será, en definitiva, el que marcará su carácter y sazón final que le permitirá al comensal identificar procedencia, ubicar contextos, descubrir orígenes y establecer preferencias”.

Y por si fuera poco, nos lleva a probar la etimología del término: “Los italianos se atribuyen la invención del sofrito apoyados en que ya se usaba en la cocina romana y en la palabra sofreír, derivada del latín, subfrigere, que quiere decir freír un alimento a fuego bajo hasta que esté ligeramente dorado. Lo bautizaron soffritto, de donde pasó al castellano y se españolizo sofrito. Los portugueses lo bautizaron refogao, término que adoptaron en algunos países sudamericanos  como ahogao y ajogao”.

En conclusión y como dato de sobremesa les diré que la relación con el clásico de Tolkien es muy cierta y no precisamente porque aquí se toquen elementos de la fantasía. Este Señor de los aliños es un libro fantástico porque destaca por sus cualidades extraordinarias. Buen cierre para una trilogía. El autor, felizmente, ha deslizado que ya está escribiendo su próximo libro; si antes contó lo que hemos comido en Venezuela, ahora relatará lo que hemos bebido.

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