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Un octeto criollo viajando con el vino en España (parte II)

Segunda parada del octeto criollo: La Rioja y sus encantos

Dejamos atrás Burgos para dirigirnos hacia Briñas, al encuentro de Bodegas Tobelos. Llegamos a “una construcción vanguardista que rompe con la estética clásica de las bodegas de la zona” como ellos mismos lo refieren. Construida sobre una colina, la edificación tiene una plaza exterior con vista privilegiada de los montes Obarenes, las Conchas de Haro y los Riscos de Bilibio, con el río Ebro a sus pies. El escenario es embriagador, la brisa fresca sobre tu cara invita a quedarse allí y nosotros dimos gracias por la oportunidad de ser parte de tanta belleza.

Elena Corzana –su directora comercial-  nos recibió y nos apuró a visitar el viñedo, antes de que lloviese; de hecho, en el horizonte, se veían nubes que presagiaban una ventisca. Nosotros –el octeto criollo- le dijimos: tranquila, nosotros traemos el sol. Y como si tuviésemos un acuerdo tácito con él, el Astro Rey comenzó a mostrarse, tímidamente.

Foto: Vicente González @sumillervicente

Salimos rumbo a San Vicente de la Sonsierra. Llegamos a un campo lleno de viñas, amapolas y margaritas. En una planicie Tobelos está construyendo una sala de eventos al aire libre, en las adyacencias de unos restos arqueológicos de los  siglos X – XI, que se creen fueron una necrópolis.

En su práctica de la viticultura tradicional, hacen la vendimia manual y realizan cuidados a las vides a lo largo del año; pudimos ver a un trabajador hacer la espergura –o poda en verde-  que no es más que eliminar los brotes del tronco y brazos de la vid para facilitar el mejor desarrollo de los pámpanos que brotan en los pulgares y son portadores de los racimos, actividad importante para estas viñas de 85 años, que producen poca uva, pero de excelente calidad.

De vuelta a la bodega, nos adentramos en la elaboración de los vinos. Una sucesión de procesos que combina las tradiciones de La Rioja con la modernidad como por ejemplo, el uso de remontajes automáticos.  Sin embargo, lo que más llamó nuestra atención fueron los depósitos de hormigón en forma de huevo que, de acuerdo con los enólogos, dan una crianza diferente y complejidad a los vinos. Elena comentó que para todos los vinos quieren reforzar la expresión de la fruta, tanto en nariz como en boca.  Estos depósitos de cemento no sólo evitan el excesivo sabor a madera sino que también aportan excelente micro oxigenación que ayuda a suavizar los taninos.

Terminamos nuestro recorrido en la sala de cata. Un salón espacioso con un ventanal que nos asoma a esa vista que nos dio la bienvenida. Se reunieron con nosotros la enóloga – Adriana Laucirica – y el Gerente Ricardo Reinoso, quien ha tenido la visión de toda esta propuesta enológica. Catamos la corta pero excepcional línea de etiquetas: 4 monovarietales, Tobelos Crianza 2014, Tahón Reserva 2012 y Leukade 2013 en 100% Tempranillo;  y el 100% Garnacha Tobelos 2015. Para completar el portafolio, un vino coupage de viura, garnacha blanca y sauvignon blanc, con seis meses en barrica. Fuimos saboreando y degustando cada vino de la mano de estos “mosqueteros”.

La mesa celebró el Tobelos Garnacha y el Leukade, que justamente son los vinos que no salen todos los años, porque dependen de la calidad y cantidad de la cosecha. EL primero, por ser un vino tan bien logrado con garnacha, uva que en el pasado se usaba para hacer vino a granel, pero que una selecta cuidada producción ha mostrado que puede llegar a ser un vino memorable como este, con notas a especies y balsámico y que en su paso por boca mostró equilibrio, expresividad de la fruta y un final elegante y prolongado.

Por su parte, el Leukade es el vino de autor de la casa: un 100% tempranillo de uvas minuciosamente seleccionadas proveniente de los viñedos más antiguos, con 14 meses en barricas nuevas de roble francés, y crianza prolongada en botella. Es un vino “difícil de entender”. En mi apreciación diría que es como ver a Audrey Hepburn en Breakfast at Tiffany’s: elegante, intenso, misterioso e inolvidable. Son de esos vinos que por su potencia  y cuerpo, necesitan tomarse lentamente, porque se muestran poco a poco. Un vino que permite guarda en casa y que promete ser aún mejor, con el pasar del tiempo.

La comida se apareció por la rendija, con una muestra del gentilicio: patatas a la riojana, pimientos rellenos de bacalao y la estrella de la mesa, chuletas de cordero al sarmiento con ensalada fresca de lechugas.

Catar un museo

Tras almuerzo y sobremesa visitamos al Museo Vivanco de la Cultura del Vino, certificado por la Organización Mundial del Turismo y la UNESCO como el mejor Museo en esta área. Inaugurado en 2004  es el sueño hecho realidad de Pedro Vivanco,  quien en su recorrido por el mundo e interacción con otras culturas, entendió que para saber de vinos había que educarse y, para que todo el mundo reconociese el trabajo detrás de una buena botella, sería necesario divulgar. Así, en una superficie de 4.000 m2, se tienen cinco salas de exposición permanente donde se exponen antigüedades y curiosidades relacionadas con el vino, que la familia ha coleccionado durante más de 40 años: hay una sala solo para exponer los sacacorchos más inverosímiles, que se puedan imaginar.

Al salir del recinto, nos topamos con el Jardín de Baco, una colección de 220 variedades de vides de todo el mundo, con descripción ampelográfica de cada una. La verdad, un sitio para visitar con calma y apostar por un recorrido guiado y cata incluida, para sacarle el máximo provecho al recinto. Lamentablemente, no pudimos hacerlo así, porque llegamos ya cerrando. ¡Es materia pendiente!

Marqués de Riscal: arquitectura e historia

Al día siguiente, nos esperaban unas visitas a la rancia aristocracia riojana: Los Marqueses. Ese día, bien puntuales como rige la etiqueta, nos alistamos y enfilamos hacia Bodegas del Marqués de Riscal, la más antigua de Álava. En la llamada Ciudad del Vino, a través de una visita guiada, nos adentramos en un concepto enoturístico muy bien elaborado. Jardines, viñedos, bodegas, salas de eventos y donde sobresale una obra arquitectónica vanguardista que se yergue en el medio de todo aquello. Una construcción de piedra arenisca que está envuelta en paneles curvos de titanio coloreados en rosa, oro y plata diseñada por Frank O. Gehry, que alberga un Hotel Boutique. Es increíble cómo la luz del día reflejada en sus curvas semeja las tonalidades violáceas que pueden encontrarse en un vino tinto. Como bien dijo el arquitecto sobre su obra: «algo excitante, de fiesta, porque el vino es placer».

Al final del recorrido, degustamos dos vinos Marqués de Riscal: Rueda Verdejo 2017 y Rioja Reserva 2014. Ambas catas no fueron para el grupo la mejor muestra de la casa. Lo más lucido estaba en su tienda, y no solo hablamos de sus vinos: Botellas de Ron Ocumare Añejo y de Edición Reservada, D.O.C. Ron de Venezuela, estaban a la venta. Orgullo nuestro, y mucho más, después que en la reciente edición del Congreso Internacional del Ron en Madrid (mayo 2018), nuestros rones habían obtenido 14 medallas y Ron Ocumare, 3 de ellas: ¡Bravo!, por nuestra Tierra de Gracia.

Descubrir Marqués de Arviza

Les dijimos adiós a los Herederos y nos fuimos de vuelta a La Rioja, hacia Fuenmayor. Allí nos esperaba una comitiva, liderada por Antonio Ruiz-Clavijo –perteneciente a la cuarta generación de viticultores riojanos- y Bodeguero y director de Bodegas Marqués de Arviza.

Iniciamos la visita por uno de los dos edificios de piedra, construidos en paralelo y comunicados por los calados subterráneos o galerías que datan de los siglos XVI y XVII. Recorrimos las distintas estancias utilizadas para la elaboración del vino: sala de barricas, depósitos de hormigón de 20.000 litros de capacidad, una pequeña línea de embotellado y tres depósitos más de acero inoxidable.

Foto: Vicente González @sumillervicente

Pero lo mejor estaba en las dependencias subterráneas.  Descendimos unas escaleras de piedra y encontramos, en primer lugar, dos antiguos depósitos del siglo XIX, cuyas paredes están recubiertas de azulejos vitrificados: La historia vive allí. Seguimos bajando y nos topamos con los espacios más antiguos de la bodega, una serie de galerías sustentadas por arcos de medio punto de piedra y de ladrillo macizo.

En un ambiente donde la humedad relativa no sobrepasa el 80% y la temperatura es de 14ªC, casi invariable durante todo el año, es el sitio ideal para  la crianza en barrica y el afinamiento en botella de los mejores vinos de la bodega. No por nada, ostentan desde 2010, una representación de la Casa Real Española.

Seguimos por estas galerías y una escalera, también de piedras, nos comunica con el segundo edificio, habilitado como enotienda, comedor y lugar de reunión. Sorprende el techo restaurado: un armazón de vigas y pilares de madera, con unas barricas abiertas como lámparas. Allí se nos unió, la generación de relevo: Mario Ruiz-Clavijo, el hijo de Don Antonio, artífice de la línea Capitán Fanegas, un innovador y exclusivo proyecto basado en la elaboración y crianzas de uvas procedentes de micro-parcelas ubicados en la Rioja Alta, que previamente son seleccionadas por su alta calidad, para producir vinos de edición numerada muy limitada por añada.

El private room fue el lugar reservado para degustar cuatro etiquetas: los tres de la línea Capitán Fanegas y El Tractor, el “buque insignia” de la firma,  que acompañó un almuerzo con ensalada de tomate, croquetas de jamón, patatas a la riojana y  carrilleras al vino tinto. Nos maravillamos con la propuesta del Capitán: vinos bien logrados, de estilos distintos, pero donde se aprecian los matices de las uvas involucradas en su ensamblaje: tempranillo y graziano para los tintos; y viura, malvasía y garnacha blanca, para el Blanco 2011. Hay que apurarse con éste último, la Corona Sueca encargó 600 botellas, y solo son 2.987. ¡A correr!

La tertulia y el disfrute en mesa se hizo tan placentero que incorporamos otro vino distinguido: Marqués de Arviza Reserva 2012, tempranillo (90%) y garnacha tinta (10%) con 48 meses de crianza, la mitad en barrica de roble francés y la otra mitad en botella para afinación. Un vino de color rubí brillante oscuro, intenso y complejo en nariz, con buena estructura en boca y sabor  a frutos rojos maduros. Ya para el postre, tuvimos un plato de queso con membrillo y nueces.  El dulce de fruta tenía un sabor sutil, con textura aterciopelada y bajo en azúcar. En un momento, pensamos que no era de membrillo. Preguntamos y sí lo era, pero con receta especial de la cocinera: hecho en una reducción de vino tinto y azúcar vainillada. Como buenos criollos, le propusimos que lo hiciese para la venta. Ella declinó. Nosotros tendremos que volver  para degustar esa delicia otra vez, y de paso, tomarnos un vino del Marqués. ¡Qué retos nos pone la vida!

Y después de todo esto, ustedes se preguntarán: ¿y este octeto no tapeó en Logroño?

Realmente, la experiencia fue abrumadora, por decir lo menos. El hotel donde nos quedamos estaba a distancia a pie de la calle del Laurel, la calle peatonal más emblemática para “hacer lo que vieres” en Logroño y en toda la Rioja. Ubicada en el casco histórico, conforma  junto con las calles Albornoz, San Agustín, Travesía del Laurel, y la vecina Calle San Juan, la popularmente conocida  “senda de los elefantes”, pues todo el que entra puede salir “con trompa  y a cuatro patas”. Pienso que esto se debe, en gran medida, a un rasgo diferenciador con otras zonas gastronómicas, y es que los locales se especializan en una o dos tapas, nada más. Así que nosotros, caminamos y nos paramos a degustar lo que nos llamó más la atención: champiñones a la plancha, oreja rebosada, brocheta de pulpo y langostino, y muchas cosas más; por supuesto acompañado con vino riojano, en cada parada. El bullicio y el ambiente de celebración son tan contagiosos, que la noche se te hace cortísima.

Mención aparte debemos hacer a El Rincón de Alberto  en la Calle San Agustín, donde cenamos la primera noche en Logroño. Nos dejamos consentir por su dueño y cocinero Alberto Andrés, quien es amigo de nuestro cómplice Mikel Aramburu. Una sucesión de platos sorprendentes y gustosos, acompañados con vinos deliciosos provenientes de la respetable carta del local. ¡Repetible!

¡Ñapa de arquitectura!

Al despedirnos de Los Marqueses, aún era temprano para irnos de juerga. Así que nos fuimos a visitar Laguardia, “uno de los pueblos más bonitos de España”. Fundado en el siglo X como fuerte militar para el reino de Navarra, este pueblo amurallado está situado en la cima de una colina, vigilando los viñedos que lo rodean, con la cordillera Cantábrica al fondo. Paseamos por sus calles peatonales, contemplando los edificios renacentistas y barrocos en cuyas fachadas se pueden ver escudos heráldicos y entradas de bodegas. Al final de una de sus calles, encontramos la torre Abacial, una torre campanario que permite subir hasta su azotea, y contemplar esas vistas espectaculares del derredor. Cuando estuvimos arriba divisamos hacia la cordillera una edificación que parece imitar la forma de las montañas: Bodegas Ysios, obra del arquitecto valenciano Santiago Calatrava.

Sin dilación, nos empujamos para allá. Cuando llegamos, la hora de visita ya había terminado, pero no perdimos oportunidad de sacarnos una foto frente a esa hermosura de fachada -inspirada en las líneas curvas de una hilera de barricas- con el fondo de la cordillera cantábrica y los campos de amapolas al frente: de postal.

Unos versos que encontramos en Laguardia, para terminar este relato:

«Paz a los que llegan

Salud a los que habitan

Felicidad a los que marchan».

De verdad, marchamos felices y maravillados de La Rioja.

Próxima parada: la vanguardia hecha vino.

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