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El comensal que llegó del cielo

El año 1928 tiene una significación especial para los venezolanos, pues ha servido para designar a una generación de jóvenes que impulsó cambios en el ámbito estudiantil que repercutieron en la política nacional. Ese mismo año se inauguró el hotel Miramar en Macuto, diseñado por Alejandro Chataing, arribó al país el primer emigrante japonés, Seijiro Yazawa y, además, precedido por la fama, tocaba tierras venezolanas Charles Lindbergh -también apodado El Águila Solitaria- quien llegó a Maracay el 29 de enero después de sobrevolar Caracas y ser vitoreado por una multitud que lo calificó de héroe.

Lo esperaba en la capital de Aragua el presidente de la República Juan Vicente Gómez, acompañado por los miembros de su gabinete. Esa noche fue agasajado en una recepción celebrada en la residencia del general Ignacio Andrade, expresidente de la República y para ese entonces presidente del estado Aragua. El baile estuvo amenizado por dos orquestas.

Ese fue el inicio de dos días imparables para el norteamericano, quien después de haber sido el primero en atravesar el océano Atlántico en solitario y sin escala, había comenzado una gira por Latinoamérica piloteando el Spirit of St. Louis.

La apoteosis del recibimiento fue única, ya que Lindbergh era todo un héroe. Más de cuatro mil personas se agolparon para darle la bienvenida.

Al día siguiente hizo un recorrido por la Ciudad Jardín para enrumbarse hacia Caracas, sobre la que ya había volado el día anterior y causado todo un alboroto entre la ciudadanía que se había congregado en las calles y terrazas para saludar al piloto y a su avión. Se dice que los caraqueños ese día estrenaron vestuario y que los bancos no abrieron sus puertas.

Una vez Lindbergh en Caracas, le dio la bienvenida el general Rafael María Velasco, gobernador del Distrito Federal. Luego se trasladó con su comitiva a los terrenos que hoy ocupa el Caracas Country Club donde fue agasajado por los miembros del Comité Venezolano de la Sociedad Panamericana con un almuerzo que preparó el chef del momento, el francés Pierre René Deloffre, dueño del restaurante La Suiza, el local de moda de la época.

Poco se habla de las preferencias culinarias del piloto, pero si su figura pudiese sugerir sus hábitos alimenticios, podría decirse que la gastronomía no era su fuerte.

Lunch caraqueño

En honor de Lindbergh se hicieron varios banquetes y hasta se crearon cocteles con su nombre, pero al respecto no hubo nada especial en la extensa trayectoria del Atlántico. Incluso, Lindbergh no consumió nada entonces porque la adrenalina era mucha. El café fue su gran compañero, pues le permitió estar alerta durante las 33 horas y 32 minutos del vuelo entre Nueva York y París.

El menú caraqueño reflejaba los gustos de aquellos años y para dar muestras del refinamiento de los anfitriones todo estaba en francés. De esta manera rendían honores al ilustre visitante, el primero en aparecer en la portada de la revista Times como “Hombre del Año”.

Dio la bienvenida al almuerzo el coctel “Lindbergh”, creado por Deloffre y cuya base era champaña. Así se preparó y refrescó el paladar. Después del recorrido y las reuniones se ameritaba un relax para pasar a degustar el menú que abrió la Frivolités New Yorkaises, plato integrado por verduritas. Siguió la Velouté de petit pois, crema aterciopelada de tentador verdor con un toque refrescante de menta. Como plato principal figuró el Filet de pargo “Duglaré” (sic). Para este condumio Deloffre debió inspirarse en el plato creado por el chef Adolphe Dugléré, quien cocinaba el lenguado en una salsa de tomate con chalotas, cebollas, vino blanco, perejil y mantequilla.

La cocina francesa mandó en este menú donde no faltaron la Dindonneau “Perigord”, que no es otra cosa que pavo con una salsa de foie, trufas y champiñones; y los favoritos de los caraqueños, espárragos a la mantequilla avellanada. Los postres fueron variados: Bombe glacée, frutas y Gaufrette Sultane (obleas sultanas).

Después del coctel y con el primer plato se brindó Grand Chablis Premiére 1919, un vino que provenía de viñedos que sufrirían posteriormente los bombardeos de la II Guerra Mundial. Este blanco, uno de los orgullos de la Borgoña, solo está elaborado con uvas Chardonnay o Sauvignon Blanc. Hoy existen bodegas especializadas en Grands Crus. Algunas son tan antiguas que se remontan al siglo XVIII.

Siguió un tinto de no menos categoría, el Old Pommard Réserve. Actualmente, esta denominación Pommard es considerada un símbolo de los tintos de la Borgoña, una fama que se inició en la Edad Media. Su elaboración solo acepta Pinot Noir. Los conocedores lo califican de vino honesto, que de acuerdo con su proveniencia pueden ser potentes o sedosos, pero todos con personalidad.

Cabe destacar que en aquella oportunidad y según lo narra Oscar Yanes en su libro Memorias de Armandito, Pierre René Deloffre se dirigió a la pastelería Altagracia para solicitar que se hiciera una réplica del Spirit of St. Louis en chocolate y bizcochuelo, pero exigía que fuese exacto. El dueño del local aceptó el reto y solicitó para su confección unas buenas fotografías de la mítica nave, que actualmente se encuentra en el Museo del Aire y del Espacio, Washington, DC.

El almuerzo se hizo en los terrenos donde posteriormente se construyó el Country Club. Se colocaron unas 30 mesas y contó con la asistencia de más de 200 personas.

El menú impreso en cartulina color beige se ilustró con un mapa dibujado por la Compañía Cartográfica Venezolana que mostró la ruta trasatlántica del comandante Lindbergh, además de la emprendida por Centroamérica, incluyendo Caracas. Un ejemplar de este menú se encontraba sobre un atril a la entrada del restaurante del Country, como vivo recuerdo de aquella primera recepción.

Cabe destacar que ese menú se replicó en 2005 con motivo de la presentación del libro De Las Barrancas a Blandín, de Rafael Díaz Casanova, siendo el encargado de su elaboración el chef Víctor Pérez.

Otro coctel homenaje

En varios bares del mundo se crearon cocteles en honor a este héroe de la aviación civil, aunque no hay muchas pistas de si algunas de esas mezclas lograron cautivar el paladar de Lindbergh. Uno de estos tragos es un aperitivo que se caracteriza por ese toque amargo que despierta las papilas. El licor base es Kina Lillet, un aperitivo francés donde se mezclan vinos de Burdeos y licores cítricos elaborados con naranjas dulces españolas y amargas, además de cáscaras de toronja. Lillet se madura en barricas de roble y está disponible en tres versiones: rosé, blanco y rojo. Es un licor que data de finales del siglo XIX, su fórmula actual es más afrutada y contiene menos azúcar. Para el coctel Lindbergh se mezcla 1/2 parte de Kina Lillet con 2 pizcas de jugo de naranjas, 1/2 parte de ginebra inglesa y 2 pizcas de brandy de albaricoque. Todo se revuelve bien con hielo y se le da un twist a una cáscara de limón en la parte superior.

La comida del largo vuelo

La soledad y los pensamientos se convirtieron en los únicos compañeros de Charles Lindbergh que tuvieron cabida en el Spirit of St. Louis. No ocupaban espacio ni agregaban peso a la nave. En su asiento se veía una bolsa de papel que contenía la comida para el trayecto. Según algunos testimonios de la época, hizo honor al fast food, pues se preparó en el último minuto, ya que a nadie se le había ocurrido. ¿Y qué contenía? Cinco sándwiches, cinco latas que se definen como raciones de emergencia, por si tenía que hacer un aterrizaje forzoso, y agua. Hay quien afirma que solo probó bocado cuando ya había llegado a Francia.

Otras fiestas

En Estados Unidos, después del histórico primer vuelo transatlántico en solitario y sin escalas, se llevó a cabo en Baltimore una cena en honor a quien en ese momento era el hombre más importante del mundo. El escenario seleccionado para la velada fue el Lyric Theatre de Baltimore, edificio que data de 1890.

En el menú de este banquete había una variedad de aperitivos que incluían cocteles a base de frutas, almendras saladas y aceitunas. Por la mesa desfilaron, como primer plato, los petit pois con mantequilla y papas rissole (cubitos de papas previamente cocidos y luego dorados en mantequilla). Los comensales tuvieron dos opciones para el plato principal: filete de lenguado frito con salsa tártara o pichón asado. Terminaron la noche con una variedad de postres, siendo la estrella el helado Lindbergh. No pudimos comprobar si se trataba del mismo helado que se llama así en Puerto Rico, el cual consiste en jugo congelado de alguna de las frutas tropicales.

En Borinquen se le dio ese nombre porque dicen que cuando Charles Lindbergh la visitó se sintió muy acalorado y le ofrecieron el famoso congelado. Sintió tanto agrado que durante su corta permanencia en la isla consumió una buena cantidad. A partir de entonces el criollo y popular congelado se le llamó “Limber”.

Si comparamos el menú de Baltimore con el que se le agasajó en Venezuela, encontramos ciertas similitudes, y es que eran platos muy habituales para la época. Lo especial eran el pichón asado, que todavía en Estados Unidos se le considera una rareza, y el helado, creado especialmente para este homenaje.

Otra comida en honor a este hombre, cuya fama se vio opacada por el secuestro y asesinato de su pequeño hijo, tuvo lugar en Denver, donde llegó el 31 de agosto de 1927 las 2:00 p.m., ocho horas después de despegar en Omaha. Tiempo en que el apetito debía haber estado preparado para dar la bienvenida a una picada de nueces y aceitunas. Ya en la mesa llegó el primer plato, Fruit Surprise, luego algo muy liviano, consomé. El principal, nada rebuscado, pollo a la parrilla con guisantes y papas gratinadas; después, corazones de lechuga rociados con un aderezo muy popular en Estados Unidos, el Thousand Island, que no es otra cosa que una salsa rosada que se hizo famosa gracias a Kraft.

Una verdadera multitud degustó estos platos en el recién inaugurado Cosmopolitan Hotel de Denver. Como corrían los tiempos de la prohibición, se sirvió un trago llamado Manitou Pale Dry Champagne. Las burbujas las originaba el Ginger Ale elaborada con agua carbonatada que provenía de un manantial de Colorado.

Quizás París y Caracas quedaron en el recuerdo de nuestro personaje quien, estamos seguros, disfrutó de las burbujas del champán, bebida infaltable en primera clase de la aviación comercial, al menos antes de la pandemia.

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