La primera parte de Rum and Coca-Cola está aquí.
Una guaracha en el Sans Soucí
El negrito Chapuseaux llamó a Billo Frómeta desde Santo Domingo y le contó la historia para evitar que grabara la canción y sumara otro problema a su vida.
-Ni se te ocurra maestro. Cógelo suave. Ni se te ocurra grabar la adaptación que hiciste de la pieza de Ruperto Grant, esa guarachita que dice “Tomando ron-con-coca-colá dicen papá y mamá…” (que, de paso, Luís María, aquí entre nos: te quedó de lujo), porque ese hombre anda endiablao por el gringo que le chapió la canción. Yo me enteré por el viejo Lionel Belasco, el arreglista, que se demoró unos días en El Cibao y cayó después por aquí. Él mismo fue quien le dio luz a Lord Invader, como le dicen allá en Trinidad al negro Ruperto, sobre el robo. La cosa fue así: un comediante de New York llamado Morey Amsterdam viajó hasta Puerto España en carnaval del año pasado y sólo Dios sabe cómo carajo hizo para obtener una copia del calipso que transcribió de vuelta en New York y unos cuantos meses después, haciéndolo pasar como suyo, como un producto de su inspiración, vaya, se lo llevó a Vic Shoen y éste, ¿qué tú crees, maestro?, the big Vic, que por cierto no tiene nada de palomo, lo montó con las hermanitas Andrews: dio el palo y la sacó del patio.
Cuando su viejo cantante colgó, Billo continuó la rutina antes de ir a amenizar la soirée bailable en el Sans Soucí. Al terminar con el corbatín recordó su llegada a Caracas ocho años atrás y revivió su emoción sólo comparable a las de José Ernesto Chapuseaux y Simó Damirón al ver por vez primera el Ávila y recrearse la vista con la variedad de mujeres y disfrutar de la brisa y de ese “temperamento tan del cielo”, del que hablaba el cronista de indias, que no hubo modo de evitar el enamoramiento más feroz por la ciudad de los techos rojos.
Luis María Frómeta sintió en el alma la despedida de sus dos amigos: el negro excéntrico y dicharachero cuyo aire francés le facilitaba las faldas que lo obligaron a “poner pies en polvorosa” y al buen Damirón, quien con su sonrisa habitual le dijo adiós para hacer bailar a todo el Caribe con su Piano Merengue. Billo ahora se reponía de otra pena: el golpe a Isaías; es decir, al Presidente Medina, cuya abrupta salida les impidió una despedida, un último brandy en el bar del hotel Majestic donde solían conversar.
Esa noche, recordando la advertencia de Chapuseaux, en honor a la amistad se sirvió una copita de Pampero y cambiando el orden del repertorio le pidió a Víctor Pérez que comenzara con la pieza de marras:
La otra noche fui a bailar
En el barrio de La Pastora
Y una chica tentadora
Entonaba este cantar:
Tomando ron con coca colá
Dicen papá y mamá
No te enamorarás
Y así te divertirás.
“Tomando ron con Coca-Cola” la grabó Víctor Pérez en 1959 con una orquesta ocasional montada para recordar la época de oro del club ubicado en la esquina de Cují.
Las ingenuas hermanas Andrews
A finales de los años treinta cuando Frómeta estrena en tierra firme su orquesta Billo´s Happy Boys, en Estados Unidos la fama del trío conformado por LaVerne, Maxene y Patty Andrews ya había superado los límites de Minnesota y amenazaba con cubrir los cincuenta estados de la unión a fuerza de baladas y piezas de swing y boogie-woogie que seducían a distintas personalidades como Bing Crosby, Desi Arnaz, o a la divertida dupla de Abbott & Costello.
El prestigio desbordante de las hermanas llega hasta la guerra al volar sobre el océano Atlántico, de ida y vuelta a las trincheras, en la figura de tres ángeles uniformados cuya misión es levantar la moral de las tropas. Para esa época, además, ya han establecido una fuerte alianza con el director, arreglista y compositor neoyorkino Vic Shoen, preferido por las big bands de Benny Goodman, Glen Miller y Count Basie.
Y es a este personaje, nada más y nada menos, a quien el pillo de Morey Amsterdam le entrega en 1944 la canción supuestamente escrita por él y compuesta por unos señores Sullivan y Baron. Lo cierto es que, entre tantas manos, la pieza se transformó: se difuminó el espíritu de denuncia poscolonial que alguna vez inflamó el descontento de Lord Invader (el intercambio de espejitos, gaseosas y dólares por sexo) y se impuso la versión light del comediante que durante siete semanas se mantuvo en el primer lugar del hit parade y vendió siete millones de copias.
Después de todo, en paráfrasis de las “ingenuas” Andrews Sister: ¿a quién podría importarle la letra si tenía un ritmo tan pegajoso?
El bronceado de Julio Iglesias
Muchos años después, en las costas de Indian Creek, Miami, encontramos al Rey de la Balada Pop entre las ondas doradas de bikinis y cocteles distrayendo el guayabo que le dejó la separación de Isabel Preysler. El plató es la popa de un yate con cien metros de eslora. Allí, al final de la embarcación, está la piscina de donde el Rey emerge cantando “Ya ves / tú nunca me has querido ya lo ves / que nunca he sido tuyo ya lo sé / fue sólo por orgullo ese querer”.
El protagonista luce un bronceado posmoderno que decreta el vencimiento de los grandes relatos rítmicos: el justiciero de los calipsonians, el pimientoso de los guaracheros y hasta la épica hollywoodense de las Andrews. De allí que la cámara haga un paneo por el Caribe de los años ochenta y Julio Iglesias, caminando hacia la cubierta, cante:
Si quiere usted sentir igual
Venga una noche a Trinidad.
Calor y ritmo tropical
Le harán reír le harán tomar:
Ron y Coca Cola
¡Dame un beso, Lola!
Ven conmigo a bailar.
No quiero que estés tan sola.
El videoclip deriva en una fiesta cuya alma transculturada domina la hora loca. En las manos del DJ baila la historia de un siglo que concluye con versiones remasterizadas de nuestra canción y comienza a escribirse la historia del actual con sabor a reggaetón, un ritmo que, guardando las distancias, le es fiel a Lord Invader en el ron, la cola, el dólar, el sexo.